En el campo de las relaciones personales, cada uno de nosotros puede identificar claramente a los amigos más cercanos y a aquellos que tan sólo son conocidos. Los íntimos son los que nos escuchan y acompañan en momentos de dolor, los más confiables en quienes podemos depositar nuestras cargas, a quienes podemos compartir nuestros secretos y abrirle nuestro corazón.

Los íntimos de Jesús cuando estuvo en la tierra eran los que subían al monte con El. Hablaba de ciertas cosas con sus íntimos que no compartía con el resto de la gente, porque no lo entenderían.  Había ciertos misterios que sólo estaban destinados para los íntimos, de la misma manera en que no le andas contando a todo el mundo tus asuntos más personales. Los conocidos lo escuchaban predicar y enseñar, pero los íntimos caminaban con El, comían con El, lo veían feliz, llorando, tal cual era en su comportamiento más intimo y hasta se recostaban sobre su pecho.

Hoy en día se repite la historia. Están los conocidos de Dios y están los íntimos.

Los conocidos están afanados por otras prioridades. Los íntimos dedican tiempo a lo más precioso.

Los conocidos no están familiarizados con la presencia de Dios. Los íntimos sacrifican lo que sea para volver a experimentar lo que una vez encontraron en Su intimidad con Dios.

Los conocidos se conforman con la superficie. Los íntimos no se detienen hasta conocer las profundidades.

Los conocidos se avergüenzan de un Dios que no valoran. Los íntimos están tan comprometidos y enamorados que ya no les daña el qué dirán.

Los conocidos juegan con las áreas grises. Los íntimos son tan radicales que no dejan ningún lugar a dudas en cuanto a su compromiso con Dios.

Es mi oración que te atrevas a ser uno de los íntimos. Requiere sacrificio, requiere tiempo, requiere decisión, pero la recompensa y satisfacción son inmensas.