«Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de tu mano. Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo». Salmo 139:5-6

Es común que durante ciertas etapas de nuestra vida nos enfrentemos a algunos temores. ¿Te acuerdas cuando eras una niña? ¿Cuántas de nosotras no experimentamos algún tipo de miedo? Temor a la oscuridad, las tormentas, las arañas (y todo tipo de insecto), la muerte, a que nos faltara alguno de nuestros padres, y unos cuantos más que debes recordar.

Cuando éramos niñas, amiga, ante cualquier temor acudíamos rápido a papá, mamá o algún hermano mayor para que nos ayudara a solucionar el problema. Sin embargo, el asunto es que cuando ya estamos en los años de la adolescencia y comenzamos a valernos por nosotras mismas, también nos percatamos de que debemos actuar por nuestra propia cuenta y aprender a enfrentar y vencer los temores que nos angustian e intimidan.

Los doctores dicen que desde que nacemos tenemos naturalmente dos tipos de temores: el temor a caernos y el temor a los ruidos fuertes. Si todo ser humano nace solo con esos dos temores, quiere decir que el resto de las cosas que nos angustian y a las que les tenemos miedo en esta vida las vamos adquiriendo con el paso del tiempo. Temores innatos versus temores adquiridos. Quizás, las mismas experiencias que nos va tocando vivir alimentan en nosotras ciertos temores. Por ejemplo, si cuando eras pequeña sufriste la pérdida de algún ser querido cercano y eso te lastimó mucho, es posible que estés luchando con el temor a la muerte, a alguna enfermedad terminal, a los accidentes, a las malas noticias, o incluso con el temor al abandono, en dependencia de lo que haya motivado que ese ser querido no permaneciera a tu lado.

Los psicólogos dicen que los miedos y temores que experimentamos con más frecuencia, en la mayoría de los casos y en un alto porcentaje, nunca ocurren. Es decir, son temores infundados que nos llevan a vivir en un estado de ansiedad tal, que hasta pueden llegar a interponerse en nuestra rutina y las decisiones diarias.

El temor es el enemigo numero uno de la fe. Podríamos hasta describirlo como una fe negativa. La Biblia nos dice: «Lo que más temía, me sobrevino; lo que más me asustaba, me sucedió» (Job 3:25). Es como si nuestros pensamientos provocaran justo lo que estamos temiendo. Por eso es tan importante que te determines a pensar correctamente y a tener siempre la mejor actitud frente a la vida.

Vamos a dedicar un tiempo a identificar nuestros temores más recurrentes y luego llevaremos a cabo algún tipo de acción para desarraigarlos de nuestra vida. Anota a continuación esos temores que te han producido ansiedad:

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Te invito a que ahora mismo hagas una oración sencilla y sincera para dejar todos esos temores que te angustian en las manos de Dios. ¡Esas son las mejores manos! Y al finalizar tu oración, tómate unos minutitos extras para dejarte abrazar por el amor de Dios. La Biblia nos enseña que el perfecto amor de Dios echa fuera todo temor. ¡Así que su amor es la mejor arma para combatir todos nuestros miedos!

Depositen en él [Jesús] toda ansiedad, porque él cuida de ustedes». 1 Pedro 5:7