La preocupación se convierte en un ídolo que ocupa nuestros pensamientos y gobierna nuestras emociones.
La confianza en Dios restaura el orden correcto y nos recuerda quién está en control. Podemos descansar.
La preocupación ataca nuestra mente. La ansiedad ataca nuestras emociones. Lo mental y emocional encuentran reposo cuando nos detenemos para orar, dar gracias, pedir y recibir. En el intercambio siempre salimos ganando.