Suena como una serie de ciencia ficción, ¿no? Ya sé, me recuerda a mis hijitos, que siempre juegan a que tienen una doble identidad y esconden superpoderes que nadie más que ellos pueden ver. Este título nos hace pensar en algo así, ¿verdad? Sin embargo, no se trata de un juego. Todas nosotras tenemos que lidiar con nuestro «verdadero yo» o nuestra «identidad secreta», esos pensamientos más profundos y aquello que puede llegar a salir de nuestro corazón y subir a nuestra mente cuando nadie nos ve.
Y no te sientas mal por esto. Es lógico que todas nosotras (y los chicos también, obviamente) convivamos con lo más íntimo de nuestro ser. No obstante, si eres como yo, es posible que a menudo hasta te asustes de ciertos pensamientos que pasan por tu mente. ¿No te sucede que después de tener unas ideas locas que ni parecen ser tuyas, piensas: «¡Qué desilusión! No sé de dónde salió eso»? A mí sí. Me pasa todo el tiempo. Espero no desilusionarte con tal confesión, pero es la verdad. Muy a menudo necesito rendirle a Dios esa parte esencial aunque invisible de mi vida… el mundo de mi mente.
Muy seguido me veo arrepintiéndome de motivaciones incorrectas, de deseos que no son los más santos, de intenciones llenas de egoísmo que no traen gloria a Dios.
En nuestro interior yace esa naturaleza de pecado que lucha para hacernos pensar, decir y hacer lo incorrecto, y encima después al recordárnoslo nos llena de culpa y vergüenza.
Las ocupaciones, el trabajo, el estudio, las actividades y rutinas diarias nos saturan tanto que no nos dejan analizar lo que en realidad tiene lugar en nuestro interior. Por eso creo que es vital que cada cierto tiempo tengamos unos momentos a solas en los cuales podamos meditar y analizar las fuerzas que se mueven detrás de nuestro comportamiento y el mundo de nuestros pensamientos.
Amiga, te vas a sorprender de cuántas cosas descubres en medio de la quietud. Cuando estamos quietas, Dios nos puede hablar. No quiere decir que en otros momentos no lo haga. Él siempre nos está hablando, pero nuestros afanes no nos dejan oír su voz. En el tiempo de quietud, escuchamos mucho más claramente el sentir de Dios con respecto a nuestra vida.
Hay tremendo poder cuando exponemos delante de Dios lo que ha estado oculto. Mientras algo está escondido y nadie más lo sabe, ese algo nos acusa, agobia y destruye. Sin embargo, cuando confesamos y exponemos lo que nos intentaba gobernar, pierde la autoridad sobre nosotras.
Te invito a que medites durante unos días sobre lo anterior y te abras por completo a Dios con toda sinceridad. Dale la contraseña para ingresar a tu identidad secreta y que su amor influya cada parte de tu ser más íntimo. No hay nadie más comprensible, amoroso y perdonador que nuestro Dios. ¡Disfrutemos de la libertad que él nos ofrece!
«Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor». Hechos 3:19